ser padre

Lea se acurruca en mí, sonríe, una sonrisa gutural, una sonrisa que me alegra y me pone de buen humor. Coge mi nariz, que le debe parecer enorme, con sus manitas pequeñitas, con esas uñitas chiquiticas.

Lea distingue entre sus juguetes favoritos prefiere ese peluche de la ardilla loca de La era del hielo (Ice Age) y solo con él al lado duerme.

Cuando llego a casa, lo cargo un rato, si está durmiendo, porque lea duerme casi todo el día es muy perezoso, lo miro echadito y tranquilito como un angelito. Un lindo angelito. Mi angelito (nuestro angelito-de los tres).

Su madre, suele irse a casa de sus padres cuando llego yo, y no porque le caiga mal sino para poder tener tiempo con Dooms. Ella se a adecuado muy bien a nuestra extraña relación, nos va bien, nos sentimos bien. Pero por más que quiera a Lea, y por más hijo de Dooms, hay un huequito en mi corazón. Una envidia, porque no es mío, no es mi hijo.

Una vez, hace mucho tiempo conocí a un señor, gay como yo, que me dijo, que la felicidad nunca es completa. Que solo seremos felices en el paraíso en brazos de dios. Yo que a los 16 estaba medio peleado con Dios, y renegaba de ser gay, por la tristeza que causaría a mis padres, me dije que Dios era un pendejo. O sea tendría que estar muerto para ser feliz plenamente. Ta’ que pendejo. Así no es-pensé esa vez.

Pero a medida que pasa el tiempo ves que las cosas pasan por algo, quizás lo que pasó fue para que valorara más mi vida, para ver lo importante que significa ser padre o hijo. Quizás mi imposibilidad de ser padre pueda deberse a un encargo divino y no al desgraciado que ocasionó mi mal, a veces te pones a pensar, de que verlo positivamente trae más tranquilidad.

Pero ¿Saben qué? no es cierto. La espinita queda, y cuando veo a Lea en brazos de Dooms o cuando mis sobrinos se engríen y se trepan a mí, no puedo evitar que mis ojos se humedezcan de impotencia y tristeza, por un deseo imposible de cumplir.